viernes, 27 de noviembre de 2015

Caminar en la Belleza




“Levantose, pues, comió y bebió, y anduvo con la fuerza de aquella comida durante cuarenta días y cuarenta noches hasta el monte de Dios, Horeb. Allí metióse en una cueva, donde pasó la noche, y le dirigió Yavé su palabra, diciendo: “¿Qué haces aquí, Elías?” (…) Díjole Yavé: “Sal afuera y ponte en el monte ante Yavé. Y he aquí que va a pasar Yavé”. Y delante de él pasó un viento fuerte y poderoso que rompía los montes y quebraba las peñas, pero no estaba Yavé en el viento. Y vino tras el viento un terremoto, pero no estaba Yavé en el terremoto. Vino tras el terremoto un fuego, pero no estaba Yavé en el fuego. Tras el fuego vino un ligero y blando susurro. Cuando lo oyó Elías, cubrióse el rostro con su manto, y saliendo se puso en pie a la entrada de la caverna, y oyó una voz que le dirigía estas palabras: “¿Qué haces aquí, Elías?”   (1 Reyes 19, 8-13)


Si me detengo a pensarlo veo que, como ser humano, me muevo en tres dimensiones: dos que podríamos llamar materiales, el espacio y el tiempo, y una tercera que escapa a lo material y que es la espiritual. Mi cuerpo, como estructura material que es, existe condicionado por las dos primeras, el espacio y el tiempo; pero mi alma pertenece a la dimensión espiritual y no se ve sometida a las otras dos dimensiones más que en cuanto está unida al cuerpo que habita. A través de mi cuerpo puedo relacionarme con el mundo material que me rodea y del que mi propio cuerpo forma parte; a través del pensamiento me relaciono con el mundo espiritual; mundo que también se manifiesta en el espacio y en el tiempo, aunque no esté sometido a ellos porque su naturaleza es otra. Este mundo espiritual está más próximo que el material al Principio en el que todo halla su origen, pues aun procediendo ambos de un mismo origen, lo material se encuentra más alejado de aquella Causa Primera. De esta forma se unen en mí dos naturalezas distintas, la material y la espiritual, pero la primera es más tosca y pesada, y la segunda más elevada y pura. La misma posición corporal del ser humano denota esta dualidad, con la cabeza en la posición más elevada y los pies en la más baja, sobre la tierra. Como ser material estoy sometido a las leyes de la materia; como ser espiritual soy libre, sin ataduras, aunque el espíritu también tiene sus propias leyes. Hallar el equilibrio entre estas dos naturalezas es parte de mi tarea en tanto me encuentre en este estado; y saber que mi naturaleza espiritual es superior a la material es el conocimiento que más necesito a la hora de orientarme en la oscuridad que reina en el mundo material. 

Dios es espíritu; por eso se presenta a Elías en el texto bíblico citado como un suave soplo, porque el espíritu es sutil, mientras que la materia es ruda. La capacidad de pensar y conocer del ser humano es la   manifestación del Espíritu de Dios en él, pero la naturaleza material en la que se mueve y de la que ha nacido su cuerpo es también manifestación de Dios, y estando unido a ella, observándola, amándola y respetándola su pensamiento se armoniza con la fuente de la que proceden sus dos naturalezas, con lo cual ambas naturalezas, la material y la espiritual, también se armonizan en él. Esto es lo que los Lakota llamaban “Caminar en la Belleza”:


Existe una manera de vivir a la que los Lakota llamaban “Caminar en la Belleza”. Se dice que uno camina en la Belleza cuando tiene su Tierra (cuerpo físico) y su Cielo (alma) en Armonía. O dicho en otras palabras, vive para el Espíritu, pero con los pies en el suelo.”