viernes, 23 de marzo de 2018

La Crucifixión


Son muchos caños
manando la verdad
mas la fuente una

Habitamos ahora un mundo en el que todo es impermanente; la decadencia, el dolor y la muerte están siempre presentes en él, y nos preguntamos de dónde ha surgido este mundo. Si fuese obra de Dios no podría ser como lo vemos, pues sus obras han de tener los atributos de lo real: permanencia, inmutabilidad y perfección. Este mundo debe ser producto de un pensamiento aparte de Dios, un pensamiento que cree en la separación y de ese pensamiento han surgido cosas que no poseen las cualidades de lo real y que parecen estar apartadas y separadas de lo real. Ese pensamiento ha surgido en nuestras mentes por un acto de voluntad y, por tanto, somos nosotros los que hemos originado el producto de ese pensamiento, que es este mundo. Para que mantenga su apariencia de existencia es necesario que renovemos ese acto de voluntad a cada instante, y de ese modo hemos dado lugar a la aparición del tiempo como algo diferente y opuesto a la eternidad, que es la ausencia de tiempo. Pero, por otra parte, no puede haber nada fuera de lo real y mucho menos nada que se oponga a lo real. Esto es así porque lo real es todo lo que hay, no hay nada más ni puede haber nada más, salvo lo creado por la propia realidad, pero esto sigue siendo real porque nada creado por lo real puede dejar de ser real; es decir, lo creado por lo que es eterno e inmutable ha de ser también eterno e inmutable. Por tanto, nada real puede perderse ni ser destruido ni sufrir decadencia, dolor ni muerte. Es por fuerza entonces que el mundo que vemos no es real, sino producto de nuestra mente y es ella la que lo mantiene por nuestra voluntad de mantenerlo. De este modo, mientras creamos que es real nos seguirá pareciendo real, pero no será sino pura apariencia. Al hacer esto nos hemos convertido en aprendices de brujos y jugamos al juego de las apariencias, en el que nada es lo que parece.

El nacimiento de Cristo fue la manifestación de lo real en medio de la apariencia y su crucifixión el intento de destruir lo real para mantener el pensamiento de separación. Sin embargo, lo real no puede ser destruido. De esta forma, lo que de verdad ocurrió es que el mundo crucificó al mundo y el pensamiento que creyó oponerse a lo real se volvió contra sí mismo. En tanto sigamos creyendo que la impermanencia, la decadencia, el dolor y la muerte son reales, seguiremos crucificando a Cristo; es decir, seguiremos oponiéndonos a la verdad. Y no sólo esto, sino que en tanto deseemos vivir en este mundo de apariencia y al mismo tiempo queramos escapar de lo que este mundo es, impermanencia, decadencia, dolor y muerte, estaremos afirmando nuestra creencia de que es posible que haya algo más aparte de lo real y por tanto alimentando la persistencia de la ilusión.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por tu comentario