lunes, 13 de octubre de 2025

¿La verdad o La Verdad?

 

 “Pilato entró de nuevo en el pretorio, llamó a Jesús y le preguntó: “¿Eres tú el rey de los judíos?” Jesús respondió: “Lo dices por ti mismo o te lo han dicho otros de mí?” Pilato repuso: “¿Acaso soy yo judío? Es tu nación y los pontífices quienes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?” Respondió Jesús: “Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mis servidores combatirían a fin de que yo no fuese entregado a los judíos. Pero mi reino no es de aquí.” Pilato le dijo: “Entonces, ¿tú eres rey?” Contestó Jesús: “Tú lo dices: Yo soy rey. Yo para esto nací y para esto vine al mundo, a fin de dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz.” Pilato le dijo: Y ¿qué es la verdad?” (Jn 18, 33-38)


En el corto pero intenso relato del diálogo entre Jesús y Pilato que está descrito en el evangelio según San Juan, hay dos visiones de la realidad totalmente contrapuestas. La de Pilato es la visión mundana, en la que la verdad es lo que en cada momento conviene a las circunstancias, aun cuando éstas sean tan reducidas como las dadas por los intereses de una persona o de una nación. La de Jesús, por el contrario, es una visión absoluta, visión que es imposible para el hombre, que no puede ver más allá de sus limitaciones, pero clara y diáfana para Dios.

Los hombres que, en palabras de Ortega y Gasset, tenemos algo de centauros, pues dos naturalezas se encuentran en nosotros, la animal y la espiritual, vivimos inmersos en la tensión entre dos visiones de la realidad que proceden de cada una de esas naturalezas. La visión puramente animal busca satisfacer las necesidades presentes; la visión puramente espiritual, por el contrario, busca satisfacer las necesidades que están más allá de la realidad presente. Ciertamente es difícil encontrar estas dos visiones en estado puro, lo normal es que se encuentren juntas en la persona humana variando tan solo su predominio, de ahí que nos encontremos con personas mundanas y con personas espirituales, según predomine en ellas la visión mundana de la realidad o la visión espiritual. La visión mundana pretende la salvación de lo material; la visión espiritual la salvación del espíritu. Lo primero no es posible, pues lo material está destinado a perderse, mas aquí solo interesa posponer su fin; lo segundo solo es posible por la fe, pues nadie puede pretender salvar aquello en cuya existencia no cree.

En este sentido, Cristo es el Maestro, el Buen Pastor que conduce a las ovejas a la salvación eterna. Sus enseñanzas y su ejemplo de vida desconciertan a los que solo creen en la verdad mundana. Él nos dice que vino a dar testimonio de la Verdad, y también que él mismo es la Verdad. Por tanto, la salvación del espíritu es posible para cada uno que cree en él y le sigue. Esta fe nos enfrentará muchas veces con la tendencia natural a dejarnos guiar por la visión mundana de la verdad. Si alguien me afrenta o me daña mi tendencia natural es responder del mismo modo, pero jamás surgirá en mí como respuesta natural el perdón y aún menos el amor. Sin embargo, a esto es a lo que nos invita la verdad espiritual que es Cristo. En esta disyuntiva tal vez resultará de ayuda preguntarse: 

“¿Qué salvación busco, la de aquí y ahora o la eterna?” “¿En quién creo, en este que me daña ahora o en el que vino a salvarme por amor y prometió quedarse conmigo hasta el fin del mundo?” 

Pero por mucho que creamos en la verdad de Cristo no podremos hacer vida esa fe si no nos mantenemos unidos a él en la oración y en la obediencia a sus dos mandamientos de amor. Tampoco podremos si no nos sentimos parte obediente y actuante de su Iglesia, que es la que él mismo fundó sobre Pedro.


domingo, 29 de junio de 2025

La Cruz

 

La cruz es el símbolo del cristiano; es el signo que hace cuando quiere santificar o invocar la protección y el auxilio de Dios en la Santísima Trinidad. Pero la cruz, antes de Cristo, era un instrumento de tortura y de muerte. No deja de asombrar que tal instrumento en el que se torturaba y ejecutaba a los condenados, se haya convertido en instrumento de salvación para la vida eterna. 

En la cruz están simbolizadas las dos creaciones de Dios, la primera, por amor, y la segunda, por misericordia. Sus brazos se extienden hacia los cuatro puntos cardinales señalando por un lado que Dios es el Creador, aquel por quien se vive y a quien todo retorna, y por el otro que la salvación se ofrece también a todos, pues Cristo murió en la cruz para salvar a todos y a cada uno abriendo los brazos para traer al mundo el abrazo del Padre. Por el sacrificio del Hijo ofrecido al Padre, la Creación entera es transformada, y lo que por el pecado se encontraba destinado a la muerte recibe un nuevo destino, la vida eterna. La cruz es el símbolo de la pasión y muerte de Jesús, quien por amor y obediencia se ofreció al Padre por nosotros. Por nuestro pecado su hermosísimo y puro cuerpo fue desfigurado; por nuestra soberbia y desobediencia aquel que es la vida experimentó la muerte, mas por él quedó vencida la muerte y redimido el pecado. 

Es difícil de imaginar un padecimiento mayor que el que sufría un condenado a muerte por crucifixión. En el caso de Jesús, estos padecimientos, tanto físicos como morales, se vieron aumentados por la detención y el juicio inicuos, por las ofensas y humillaciones, por la flagelación y coronación de espinas, por el abandono de sus discípulos y seguidores… Pero él lo transformó todo, dio sentido al sufrimiento que, hasta entonces, era sin sentido. Seguir a Cristo es dar sentido a todo lo que viene a nuestra vida, a lo bueno como don de Dios y a lo malo como purificación del pecado y como ofrenda a Él por la salvación de las almas. Incluso la muerte cobra sentido, porque ya no es el fin, sino el comienzo de una nueva vida en la plenitud del gozo en la gloria del Hijo de Dios. Y en ese seguimiento de Jesús, María es nuestra maestra, pues ella es la primera seguidora; la que ya le amaba y adoraba incluso antes de nacer. 

En cambio, lejos de Cristo el sufrimiento no tiene sentido, es un dolor inextinguible que se alimenta a sí mismo al no encontrar explicación ni razón en una vida sin objeto ni meta cuyo fin se cierne más próximo cada día que pasa. Por eso, al contemplar a Cristo, podemos exclamar con San Agustín:


¡Feliz culpa que mereció tal redentor!”

domingo, 22 de junio de 2025

Un cuento


Había un gran rey. Este rey, que era grande por su poder, por su sabiduría y por su bondad, fue a visitar una población de las que se encontraban en su territorio. Cuando los ciudadanos de esa población supieron de la visita del rey, algunos se ofrecieron para colaborar en los preparativos y ayudar a que todo estuviera preparado para recibir a tan importante persona. Llegó el día de la visita y todos se dirigieron a donde se encontraba el rey para mostrarle su respeto y acatamiento, pero hubo algunos que se excusaron y otros que, aun habiendo ido, no se presentaron ataviados como era debido, ni pronunciaron las fórmulas de respeto y acatamiento, ni se inclinaron ante el rey. Terminada la ceremonia, el rey ordenó que se diera una insignia a todos los que le habían agasajado como correspondía a su dignidad, pero los que no fueron y los que no le cumplimentaron como era debido no recibieron la insignia.


Al poco tiempo hubo otro reino que se levantó en armas contra el rey, y sus tropas avanzaron y penetraron en las ciudades y poblados de aquel reino. Pero el rey tenía buenos soldados bien entrenados, que se opusieron a las tropas asaltantes, si bien recibieron la orden de no proteger aquellas casas en las que no se hubiera colocado la insignia del rey sobre la puerta. Así, los que no habían recibido la insignia del rey, presas del pánico, se vieron obligados a huir y muchos de ellos fueron apresados por los enemigos y sometidos a horribles torturas o vendidos como esclavos, y fue grande su ruina.



Los tres alimentos

 

Tres alimentos tiene el cristiano:


La Palabra de Dios


“No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”

(Mt 4:4)


La Eucaristía


“Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás.

(Jn 6: 35)


Hacer la voluntad del Padre:


Yo tengo un alimento que vosotros no conocéis (…) Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra.”

(Jn 4, 32-34).


Estos son los tres alimentos del cristiano y ninguno puede faltarle, pues si alguno le falta sufrirá de inanición y desfallecerá en el camino, pero los tres han de ser ofrecidos sobre el mantel de la oración.

sábado, 21 de junio de 2025

Bartimeo


Y llegan a Jericó. Y al salir él con sus discípulos y bastante gente, un mendigo ciego, Bartimeo (el hijo de Timeo), estaba sentado al borde del camino pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí». Muchos lo increpaban para que se callara. Pero él gritaba más: «Hijo de David, ten compasión de mí». Jesús se detuvo y dijo: «Llamadlo». Llamaron al ciego, diciéndole: «Ánimo, levántate, que te llama». Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús le dijo: «¿Qué quieres que te haga?». El ciego le contestó: «Rabbuní, que recobre la vista». Jesús le dijo: «Anda, tu fe te ha salvado». Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino. 

(Mc 10, 46-56)


Se ha dicho que el cristianismo no es una religión, ni una filosofía, ni un modo de vida, sino que es un encuentro con una persona, Jesús. En este episodio del evangelio de Marcos asistimos a uno de esos encuentros. No sabemos qué fue de Bartimeo después de este encuentro, aunque las últimas palabras que se refieren a él son muy reveladoras: 

“Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino” 

Lo cierto y objetivo es que antes de encontrarse con Jesús, Bartimeo mendigaba sentado al borde del camino impedido por su ceguera. Tras recobrar la vista, la vida de Bartimeo tuvo que experimentar un gran cambio, pero hay un detalle sobre el que me gustaría reflexionar, y es que Jesús le devolvió la vista, pero le dejó libre para mirar a donde quisiera. Jesús, que es el Amor del Padre hecho hombre, no le exigió nada a cambio de su don. Así es el amor, espera correspondencia, pero no la exige, porque si exigiera no respetaría la libertad del amado, y el amor deja de ser amor si no es un acto libre de la voluntad. Es frecuente confundir el amor con un sentimiento, pero aunque en el amor hay sentimiento, el amor no se identifica con el sentimiento. Los sentimientos no dependen de la voluntad; estos son inestables, pasajeros y a menudo caprichosos, mientras que el amor es firme, perdurable y fundado en un acto de voluntad. ¿Cómo si no sería posible cumplir el mandato de Jesús que dice:


 “Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia a justos e injustos.” 

(Mt 5, 44-45)


domingo, 15 de junio de 2025

Dios es misterio

 

Dios es misterio, pero sobre todo es Amor. Es misterio porque no puede ser comprendido. Es Amor porque todo cuanto hay vive y existe por Él y en Él, y de su Amor recibimos todo bien. Puesto que nos ama, desea nuestro bien, pero no hay mayor bien que Él mismo, y es por eso que se da a nosotros. Esto, que permanecía oculto, lo hemos visto en la historia con la venida de Cristo al mundo. Jesús, el Hijo de Dios, vino al mundo para dar a conocer al Padre. Jesús es el abrazo amoroso del Padre que quiere atraer a todos hacia Sí. Cuando el ser humano no lo recibe ofende a Dios, pero esto no es sino una forma de hablar, pues Él no puede ser ofendido en modo alguno, ya que nada le falta ni nada puede serle arrebatado. ¿Qué ocurre entonces? Ocurre que su Amor es despreciado y que el mal, la oscuridad, es preferida al Bien, a la Luz. Esto daña al hombre y esa es la ofensa, dañar lo que Él ha amado. No hay castigo, sino daño auto infligido. ¿Cómo podemos esperar no sufrir si rechazamos nuestro Bien? Pero Él no se cansa de llamar, si bien con Jesús entramos en el final de los tiempos. Este es el tiempo de acoger su llamada, cada vez más clara, cada vez más insistente.

Jesús nos ha dado a conocer al Padre, que es Amor y Misericordia, y al Hijo, que es el Logos, la Palabra de Dios hecha carne; y tras su muerte en la Cruz, tal como había prometido, nos fue enviado el Espíritu Santo de parte del Padre y del Hijo, para acompañarnos, enseñarnos y consolarnos. La Santísima Trinidad está prefigurada en el Cosmos, que es figura del Padre; en el Sol, que es figura del Hijo; y en la acción de ellos sobre la Creación, que se manifiesta en la luz, el calor, la lluvia y todo lo demás que da la vida y la sostiene, que es figura del Espíritu Santo.

domingo, 8 de junio de 2025

¿Qué libro leo?


Recuerdo que siendo adolescente leí la obra de Hemingway , “El viejo y el mar”. Me impactó mucho, tanto que durante mucho tiempo la consideré mi obra literaria favorita. Aun siendo muy joven cuando la leí, intuí que era una evocadora alegoría de la vida humana. El esfuerzo largo y continuado del hombre por lograr aquello que desea y la inexorable fatalidad del mundo que poco a poco le va despojando de todo hasta dejarle sin nada. Es un libro lleno de simbolismos, todos presentados con ese lenguaje conciso y directo, tan personal en el estilo de Hemingway:


Era un viejo que pescaba solo en un bote en el Gulf Stream…”


El viejo llevaba mucho tiempo “salao”, es decir, saliendo a la mar, pero sin coger nada que mereciera la pena. Aquel día tuvo la gran suerte de enganchar un gran pez, tan grande que no le era posible meterlo en el bote, pues “era dos pies más largo”. Entonces se resignó a dejarse remolcar por él mientras el gran animal luchaba por su vida. Muerto el pez, en el trayecto de vuelta los tiburones van devorando la presa a pesar de todos los esfuerzos del viejo por ahuyentarlos. Así, cuando por fin llega a puerto solo queda el esqueleto del pez como testigo de la larga lucha. Es la vida misma cuando, solos en el bote, por mucho que hayamos conseguido, todo lo vamos perdiendo por el camino. Y lo que no se haya perdido tendremos que dejarlo al morir.

¡Qué diferente de esa otra pesca, la de los evangelios! Allí los apóstoles, guiados por Jesús arrojan las redes y las sacan llenas de peces a reventar (Jn 21, 1-11). Hay también aquí una alegoría de la vida cuando no está centrada en los bienes del mundo, sino en los del espíritu. Esos que no pueden sernos arrebatados, pues es el mismo Jesús, el mismo espíritu, quien los da. Cuando son estos bienes los que buscamos sobre todos los demás no tenemos miedo a que nos sean arrebatados. Ni siquiera la muerte puede quitárnoslos, pues Jesús ha vencido a la muerte.

Pues bien, estos son los dos libros que podemos leer en el tiempo que se nos da. Si leemos el primero el cansancio y el desaliento acaban dominando nuestra vida, exactamente igual a como le ocurre al viejo de la historia. En cambio, si leemos el segundo podemos decir y sentir como el apóstol, cuando dice “Todo lo puedo en aquel que me conforta” (Filipenses 4:13). Así pues, podemos tomar muchas decisiones, algunas acertadas, otras no, pero la realmente importante es esta: 


¿Qué libro estoy leyendo?