domingo, 21 de octubre de 2018

El anciano sabio

En tiempos ya lejanos, existía un reino cuyo rey acostumbraba a visitar algún lugar de su reino sin anunciarse previamente y sin darse a conocer. En estas ocasiones le gustaba pasear observando y escuchando atentamente todo lo que ocurría a su alrededor para saber de primera mano cómo vivían los habitantes de aquellas tierras. De este modo, llegó a un pequeño pueblo en el que residía un anciano, cuya fama de sabio había llegado a sus oídos. Al pasar frente a su casa vio que el anciano estaba sentado junto a la puerta tomando el sol del mediodía, pues era invierno y hacía frío. Se acercó, le saludo cortésmente y le pidió permiso para sentarse a su lado. El anciano, apoyadas sus manos nudosas sobre un bastón tallado en madera, le miró afablemente y le invitó a acompañarle señalando con su mano izquierda el asiento vacío junto al suyo. Tras intercambiar algunas palabras y frases de cortesía, el rey dijo al anciano:


-Venerable señor, me han dicho que es usted un hombre de gran sabiduría. Le ruego que me dé algún consejo que pueda aplicar en mi vida.


El viejo le miró con ojos brillantes y guardó silencio durante un rato. Luego respondió:


-Amigo mío, es muy poco lo que sé de ti y, por tanto, también es poco lo que puedo aconsejarte. Aun así, te diré que te considero mi amigo, pues no conozco a nadie que no merezca mi amistad. Por tanto, seguiré la costumbre de los amigos y te diré la verdad, no lo que te gustaría oír. Sé muy bien que pronto has de partir para un largo viaje que forzosamente tendrás que realizar. El momento de tu partida no está ya muy lejano y en este viaje sólo podrás valerte de lo que hayas provisto antes de la partida con vistas al camino. Sé, pues, prudente y aprovecha este tiempo para proveerte de todo aquello que pueda serte de utilidad.


El rey quedó esperando a que el anciano dijese algo más, pero éste cerró los ojos y pareció quedarse dormido. Entonces el rey se levantó y siguió su camino.