El
dolor llega
cuando
deseas ser
lo
que no eres
No soy impermanente; tampoco soy
insustancial. La muerte no es mi destino. La decrepitud, la vejez y
la enfermedad no son para mí. No soy un ser menesteroso ni
impotente. No estoy abandonado a mi suerte ni expuesto a innumerables
peligros. No estoy perdido ni carezco de hogar. Sin duda, he debido
confundir mi verdadero ser porque he creído que todo esto me
afectaba y formaba parte de mí. ¿Qué pensamiento ha podido
confundirme hasta tal punto? Todas estas cosas sólo convienen al
cuerpo. Él sí que es impermanente e insustancial; la enfermedad, la
vejez y la muerte sí que son su destino. Él sí que es menesteroso
e impotente; él sí que puede encontrarse abandonado a su suerte y expuesto a mil
peligros, perdido y sin hogar. Entonces, ha de ser eso, que me he
confundido a mí mismo con el cuerpo. Pero ahora caigo en la cuenta
de que yo no soy mi cuerpo. Él no está vivo, tan sólo es vehículo
de la vida, que se manifiesta por un tiempo en él. El que está vivo
soy yo. Yo soy quien anima al cuerpo, quien le da vida. Cuando ya no
me sea útil lo abandonaré y parecerá haber muerto, pero en
realidad no puede morir porque nunca estuvo vivo, pues la vida no
puede morir. ¿Cómo iba a poder morir la vida?
Cuando experimento dolor es porque creo ser quien no soy. Y si lo creo es porque en algún momento ese deseo nació en mí. El deseo de estar separado, de ser otro del que soy. El deseo de dejar mi verdadera casa. El deseo de limitar lo que no puede tener límites. He querido también ocultar ese deseo, olvidar que lo albergué en mi pensamiento. Y de esa forma he querido impedir que pudiera corregir mi error. Por eso el pensamiento del que nació el dolor me ha resultado inalcanzable. Creí que no podía apartar al dolor ni a la muerte de mí. Pero ha llegado la hora de recordar y de regresar a mi hogar. Ha llegado la hora de desvelar aquel pensamiento oculto para que sea corregido al fin. Y con él se irán el dolor y la muerte. Y recordaré mi verdadero ser, aquel para quien no existen el dolor ni la muerte.
Cuando experimento dolor es porque creo ser quien no soy. Y si lo creo es porque en algún momento ese deseo nació en mí. El deseo de estar separado, de ser otro del que soy. El deseo de dejar mi verdadera casa. El deseo de limitar lo que no puede tener límites. He querido también ocultar ese deseo, olvidar que lo albergué en mi pensamiento. Y de esa forma he querido impedir que pudiera corregir mi error. Por eso el pensamiento del que nació el dolor me ha resultado inalcanzable. Creí que no podía apartar al dolor ni a la muerte de mí. Pero ha llegado la hora de recordar y de regresar a mi hogar. Ha llegado la hora de desvelar aquel pensamiento oculto para que sea corregido al fin. Y con él se irán el dolor y la muerte. Y recordaré mi verdadero ser, aquel para quien no existen el dolor ni la muerte.