domingo, 29 de octubre de 2023

La Ciudad

Me parece bonito, y también inspirador, que dentro de la palabra "ciudad" se esconda esta otra: "cuidad".

Es como si se nos invitara a cuidar de la propia ciudad y con ella de los que la habitan. 

Creo que con el paso del tiempo hemos olvidado la razón del surgimiento de la ciudad. Aun cuando es verdad que en lo humano todo anda mezclado, lo noble con lo innoble, lo puro con lo impuro, en su concepción más noble no surgió por mera agregación de personas y casas, sino como proyecto común en el cual un grupo de personas colaboran para sostenerla y al mismo tiempo se benefician de su existencia. 

Esa consciencia fundacional sigue existiendo, por eso uno siente que pertenece a su ciudad y se identifica como paisano de aquellos con quienes comparte el gentilicio, pero se ha vuelto tan difusa que también es frecuente encontrar, sobre todo en las grandes ciudades, un exacerbado individualismo que se manifiesta de forma patente en la suciedad arrojada por los que no tienen reparo en ensuciar y dañar calles y plazas al no sentirlas como algo propio; en lo frío y algo inhumano de esas mismas calles y plazas, donde con frecuencia no hay lugar para el sosiego y el espacio se ha rendido casi sin condiciones al incesante fluir del tráfico; también en el olvido del saludo como expresión de cercanía y de disponibilidad, costumbre cada vez más rara. 

Son muchos los síntomas que nos llevan a reconocer una ciudad deshumanizada, desprovista ya de su intención primigenia como lugar acogedor para el ser humano. 

Por eso está bien notar que esa palabra -cuidad- está ahí para recordarnos que nos seguimos necesitando los unos a los otros.

lunes, 16 de octubre de 2023

La partida decisiva

 Cuando yo era niño mi abuelo me enseñó a jugar al ajedrez. Tenía él un precioso tablero de madera con las piezas también de madera que le había regalado mi abuela y que aún conservo. Es un juego fascinante el ajedrez, seguramente el más bello que existe. En sesenta y cuatro escaques se desarrolla toda una batalla entre dos ejércitos que se enfrentan. 

Con el tiempo, aun sin dejar de ser un jugador mediocre, he podido comprender que es toda una alegoría de la vida. Al principio la igualdad entre los dos ejércitos parece exacta, pero poco a poco los movimientos van marcando diferencias. Es un juego en el que, como en la vida, se necesita atención para no dejarse sorprender, humildad para no confiarse cuando todo parece fácil y fe para no desistir cuando todo parece estar en contra; un juego en el que cada movimiento cuenta para conducir a una posición que facilita o hace muy difícil la victoria. Es de tal modo semejante a la vida que se me ocurrió preguntarme si en la vida también nos enfrentamos a un adversario contra el que nos jugamos la victoria o la derrota. Miro atrás en mi vida, repaso los años pasados y tengo que admitir que sí, que toda mi vida he estado luchando, aun sin saberlo, contra un adversario. Es un adversario que no quiere darse a conocer, oculta su rostro bajo un velo, pero si tuviera que ponerle un nombre le llamaría Oscuridad. Ahora veo que todo lo que he hecho en mi vida forma parte de una partida que aun no ha terminado y en la que disputo la victoria a ese adversario. 

Cada vez que he antepuesto mi reputación, mi seguridad y mi comodidad y la satisfacción de mis deseos egoístas al bien y a la verdad he dado ventaja al adversario, y ha habido momentos en los que realmente he sentido que la partida estaba perdida. Pero también de manera semejante al ajedrez, en la vida es necesario acudir a los manuales y a los grandes maestros para saber a qué estrategias acudir para alcanzar la victoria. Ahora veo, cuando ya la partida llega a su fin, que no hay mejor estrategia para vencer que confiar en Jesús de Nazaret.