Si
quieres paz
pacifica
tu mente
verás
a Buda
Cuanto
más pienso en ello, más me convenzo de que estoy en lo cierto al creer que mi situación en este mundo es muy semejante a la de una
persona que, por vicisitudes de la vida, hubiese perdido su casa en
un barrio acomodado y se hubiese visto obligada a buscar alojamiento
en un lejano suburbio de no muy buena fama. Sin muchas opciones para
elegir, toma una pobre casa y allí traslada los pocos enseres que le
quedan. Así instalada, intenta rehacer su vida en este nuevo lugar
en el que todo le resulta extraño. Un día, al regresar del trabajo,
encuentra entreabierta la puerta de la casa y, con miedo, casi sin
atreverse, se asoma y descubre que todo está revuelto. Más
tranquila ya, revisa el reducido espacio y ve cosas rotas, otras
desaparecidas y otras arrojadas sin miramientos. Desalentada, se
sienta y piensa: “He de asegurar la puerta, cambiar la cerradura
por una más segura para que no sea tan fácil entrar en la casa”.
Y así lo hace. Transcurren los días y una noche, al volver, halla
una escena parecida, aunque esta vez los ladrones han hecho aun
mayores destrozos. Y de nuevo se deja caer desalentada y
sumida en una gran tristeza y angustia. Sobreponiéndose piensa otra
vez y decide: “Haré que la puerta sea aun más segura y buscaré
un perro amigo que vigile la casa todo el tiempo”. Así lo hace y
esta vez consigue mantener a los ladrones alejados y así su
situación va recobrándose hasta que le es posible trasladarse a
un barrio y a una casa mejores.
¿En
qué se parece la situación de esta persona a la mía en esta vida?
En que la casa que cobija el cuerpo es la casa material, pero mi casa espiritual es la mente. Si no aprendo a controlar mi mente,
cualquier suceso contrario a mi deseo, hasta el más nimio, me robará la paz, que es el
mayor tesoro que poseo. Si permito que los deseos incontrolados me
dominen; si dejo que la pereza se adueñe de mí, que el apego por
las comodidades y los placeres dicte mis actos y palabras; si no me
esfuerzo en aprender a distinguir los pensamientos perjudiciales de
los beneficiosos, seré como aquella persona que dejaba su casa a
merced de los ladrones. El control de la mente es como una puerta
segura que protege la casa; y la vigilancia, la atención constante,
como el perro amigo que avisa de la presencia de intrusos.
Comprendiendo
esto, carece de sentido esforzarme en proteger mi casa material y
dejar casi abandonada a su suerte mi casa espiritual, mi mente, que
es el único lugar donde podré hallar la felicidad que con tanto
esfuerzo y sufrimientos he estado buscando en otros lugares.