sábado, 21 de junio de 2025

Bartimeo


Y llegan a Jericó. Y al salir él con sus discípulos y bastante gente, un mendigo ciego, Bartimeo (el hijo de Timeo), estaba sentado al borde del camino pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí». Muchos lo increpaban para que se callara. Pero él gritaba más: «Hijo de David, ten compasión de mí». Jesús se detuvo y dijo: «Llamadlo». Llamaron al ciego, diciéndole: «Ánimo, levántate, que te llama». Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús le dijo: «¿Qué quieres que te haga?». El ciego le contestó: «Rabbuní, que recobre la vista». Jesús le dijo: «Anda, tu fe te ha salvado». Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino. 

(Mc 10, 46-56)


Se ha dicho que el cristianismo no es una religión, ni una filosofía, ni un modo de vida, sino que es un encuentro con una persona, Jesús. En este episodio del evangelio de Marcos asistimos a uno de esos encuentros. No sabemos qué fue de Bartimeo después de este encuentro, aunque las últimas palabras que se refieren a él son muy reveladoras: 

“Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino” 

Lo cierto y objetivo es que antes de encontrarse con Jesús, Bartimeo mendigaba sentado al borde del camino impedido por su ceguera. Tras recobrar la vista, la vida de Bartimeo tuvo que experimentar un gran cambio, pero hay un detalle sobre el que me gustaría reflexionar, y es que Jesús le devolvió la vista, pero le dejó libre para mirar a donde quisiera. Jesús, que es el Amor del Padre hecho hombre, no le exigió nada a cambio de su don. Así es el amor, espera correspondencia, pero no la exige, porque si exigiera no respetaría la libertad del amado, y el amor deja de ser amor si no es un acto libre de la voluntad. Es frecuente confundir el amor con un sentimiento, pero aunque en el amor hay sentimiento, el amor no se identifica con el sentimiento. Los sentimientos no dependen de la voluntad; estos son inestables, pasajeros y a menudo caprichosos, mientras que el amor es firme, perdurable y fundado en un acto de voluntad. ¿Cómo si no sería posible cumplir el mandato de Jesús que dice:


 “Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia a justos e injustos.” 

(Mt 5, 44-45)


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