jueves, 28 de marzo de 2024

La pregunta

 

Hay preguntas recurrentes, tanto que a veces se hacen molestas y uno prefiere olvidarlas, relegarlas a algún lugar recóndito de la conciencia. Una de estas preguntas es el porqué del mal. 

Mientras todo marche más o menos bien en nuestra vida, podremos estar relativamente cómodos con esa actitud, mas cuando las cosas no vayan como deseamos esa pregunta se manifestará de uno u otro modo, aunque solo sea como un sordo dolor en nuestro interior.

Si la vida y todo cuanto existe es producto del azar, entonces el mal no es más que un subproducto de ese azar, de forma que no hay posibilidad de entender su causa, y solo queda adoptar una estoica aceptación, ya que la negación de lo inevitable no hará más que aumentar el dolor.

Ahora bien, si aceptamos la existencia de un Creador -porque si algo existe ha de haber también una causa de lo que existe- la cuestión admite mayor consideración. Partir del punto de vista judeocristiano, para el que el Creador es un ser omnipotente y de bondad infinita, parece conducirnos a un callejón sin salida, pues si el Creador tiene esas dos cualidades, ¿cómo es posible que haya creado el mal? Ahora bien, sin duda ello obedece a que la pregunta está mal planteada, pues parte de la premisa de que el mal ha sido creado, lo cual no es posible aceptadas las cualidades del Creador. Entonces la pregunta habrá de ser reformulada y dirigirse a averiguar la causa por la que el mal ha aparecido.

En la concepción judeocristiana, el ser humano es un ángel caído. Como ángel fue creado perfecto, pero también fue creado libre, y en ejercicio de esa libertad eligió alejarse -desobedecer- al Creador, que es el Bien. Luego si por propia elección decidió alejarse del Bien, esta ha de ser la causa por la que apareció el mal. Ese acto primigenio llamado “pecado original” es esta decisión de desobedecer; decisión que en el fondo, ha de haber surgido del deseo de prescindir del Creador para ser contra Él y al margen de Él. Y ese acto, sea cual sea su relato, mantiene ahora su esencia, pues el ser humano de hoy, por simple soberbia, pretende negar su condición de ser creado y afirmar su independencia de toda instancia superior. Cuando, llevados por esta soberbia, pensamos que es posible instaurar la justicia y el bien en el mundo por medio de la sola y única acción humana, estamos cayendo de nuevo en ese mismo acto que dio lugar a la aparición del mal, pues estamos dejando a Dios a un lado, tal como si no existiese. 

Es frecuente oír a quien pregunta cómo permite Dios que exista el mal. Pero si es verdad que Dios puede anular los efectos del mal, también lo es que no podría evitar el mal mismo más que forzando la voluntad del que lo propicia, el ser humano; y esto sería contrario al bien, pues al crearlo lo creó como ser capaz de amar libremente, y el Creador no puede ir contra su propia creación porque sería tanto como ir contra sí mismo.

Se ha dicho que la Biblia es una carta de amor de Dios a los hombres. Y quien la lea y la escuche con atención y libre de prejuicios no podrá menos que estar de acuerdo. Ese Dios que creó al hombre y a la mujer no tenía necesidad de hacerlo, y por tanto solo pudo crearlos por amor. El Dios que tras la desobediencia primigenia fue en busca del hombre en la persona de Abraham, no hacía sino llamarlo de vuelta a casa. El Dios que se encarnó como ser humano, el Dios que experimentó los sufrimientos y alegrías de uno como nosotros; el Dios que entregó su vida de forma tan dolorosa, ignominiosa e inhumana; el Dios que se vio solo y abandonado por los suyos, torturado y humillado por los que le odiaban… Ese Dios buscaba al hombre y lo buscaba por amor. 

La mirada de Cristo a Pedro en el momento en que tras las tres negaciones cantó el gallo es una mirada dirigida a cada uno de nosotros, que le hemos negado, traicionado e ignorado muchas más de tres veces y que somos hijos de los que antes le habían negado, traicionado e ignorado. Pero Pedro se arrepintió y halló la mirada compasiva de Cristo, y con ella halló también perdón y consuelo. Sin embargo, Judas, que persistió en la negación hasta el final, no pudo hallar esa mirada compasiva y cayó en la desesperación que le llevó a quitarse la vida.

En el fondo, esa es la pregunta que hoy deseo hacerme, y es esta: ¿Qué mirada quiero encontrar al final de mi vida? ¿La mirada compasiva y misericordiosa de Dios, o la mirada desesperada de Judas? 

Que cada uno en su interior se haga esta pregunta, porque en ella lo jugamos todo.

2 comentarios:

  1. Quisiera dedicar esta entrada a mi buen amigo Antonio Cayero González, con cuya amistad me honro.

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  2. Son muchas palabras, el padre Rubio lo dijo en dos frases: Haz lo que Dios quiere y quiere lo que Dios hace.

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