“Al principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra estaba confusa y vacía y las tinieblas cubrían la haz del abismo, pero el espíritu de Dios se cernía sobre la superficie de las aguas.”
Génesis 1, 1
“ En el principio existía aquel que es la Palabra, y aquel que es la Palabra estaba con Dios y era Dios. Él estaba en el principio con Dios. Todo fue hecho por él y sin él nada se hizo. Cuanto ha sido hecho en él es vida, y la vida es la luz de los hombres.”
Juan 1, 1-4
Encuentro una gran similitud entre estos dos relatos de la Creación. En el relato del Génesis, Dios creó el mundo en siete días y después creó al hombre y la mujer, Adán y Eva; y como cosa creada por Dios todo era bueno, pero el espíritu del mal tentó a la mujer y ambos, hombre y mujer pecaron de desobediencia y el mundo se apartó de Dios y dejó de ser bueno.
En la segunda creación, la relatada por San Juan en su evangelio, Dios envía a su Hijo al mundo para recrearlo y devolverle la pureza primigenia. Si el primer hombre y la primera mujer pecaron por desobediencia, la nueva Eva, la Virgen María, y el nuevo Adán, Jesús, están solo motivados y guiados por la obediencia al Padre, y con ello restauran el mundo y abren la puerta de la salvación para toda la humanidad. De este modo nos muestran cómo ser hombre y cómo ser mujer. La obediencia a Dios es lo que da su ser al hombre y a la mujer, mientras que la desobediencia les hace perderlo. Ni hombre ni mujer son por sí mismos (“Yo soy el que soy”, le dice a Moisés la voz que oye en el Horeb), sino que ambos son seres creados que no solo reciben el ser de Dios, sino que todo lo que tienen les viene dado por Dios. Es por eso que una vida autorreferencial está condenada al vacío y a la nada, porque el hombre no es nada por sí mismo.
Jesús y María nos muestran que solo una vida que se entrega en primer lugar a Dios y luego a los demás puede tener sentido, y de este modo nos salvan de ese vacío y esa nada que es la muerte.
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