sábado, 1 de octubre de 2016

Alma y Espíritu

La ciencia actual mantiene que sólo un cinco por ciento del universo nos es manifiesto, mientras que el otro noventa y cinco por ciento permanece oculto a nuestros sentidos y a nuestros instrumentos de observación, aunque sus efectos sí son observables; y precisamente por eso, para explicar esos efectos, la ciencia propone que existe en el universo un veinticinco por ciento de materia oscura y un setenta por ciento de energía oscura; y las llama “oscuras” porque no son manifiestas. Curiosamente, algunos estudiosos de la psique humana y del ser humano en general proponen una teoría parecida y mantienen que sólo el cinco por ciento del ser humano es manifiesto, mientras que el noventa y cinco por ciento no lo es. Es una curiosa coincidencia que nos podría llevar a pensar que tal vez no sea una simple casualidad, sino una consecuencia de que nosotros, los seres humanos, formamos parte del universo y estamos hechos de la misma materia y la misma energía que las galaxias.


En este sentido, es interesante la distinción entre alma y espíritu. El alma es individual, mientras que el espíritu es universal. ¿De qué modo se articulan? Para explicarlo resulta útil servirse de una metáfora, la del agua. El agua es una; es decir, no hay sino un agua, solo una; aquella que los químicos definen como formada por moléculas con dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno. Sin embargo, ¡que variedad de aguas existen en nuestra Tierra!; casi ilimitada. Pero tal diversidad de agua, viene dada por ese pequeño porcentaje de impureza que lleva el agua añadida; esas sales, esos minerales que se han integrado en ella y que le dan unas características que la hacen distinta a cualquier otra agua sin dejar por ello de ser agua. Pues bien, de forma muy parecida, el Espíritu es solo uno; no hay otro, solo hay un Espíritu, y de él proceden todas las almas, que son como pequeños charquitos de agua, de espíritu, al que se han agregado algunas impurezas. Esos agregados, esas impurezas, son las que hacen a cada alma distinta de cualquier otra, pero el Espíritu no se ve afectado por ello y, como el agua, cuando retorne hacia lo alto será de nuevo espíritu puro. Mi ego, mi yo pequeñito, no es más que eso, el conjunto de agregados al Espíritu Uno. Como individuo soy muy poca cosa, como quedará patente cuando desaparezca y no se sepa más de mí. Pero también soy un Yo con mayúsculas, ese que Es, que permanece, que no se ve alterado por nada; al que nada puede dañar ni menoscabar. Si me olvido de ello y sólo vivo atento a mi pequeño yo reduzco mi ser a su mínima expresión, vivo en un rincón de la existencia. ¿No es esto un desvarío?

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