La ciencia
actual mantiene que sólo un cinco por ciento del universo nos es
manifiesto, mientras que el otro noventa y cinco por ciento permanece
oculto a nuestros sentidos y a nuestros instrumentos de observación,
aunque sus efectos sí son observables; y precisamente por eso, para
explicar esos efectos, la ciencia propone que existe en el universo
un veinticinco por ciento de materia oscura y un setenta por ciento
de energía oscura; y las llama “oscuras” porque no son
manifiestas. Curiosamente, algunos estudiosos de la psique humana y
del ser humano en general proponen una teoría parecida y mantienen
que sólo el cinco por ciento del ser humano es manifiesto, mientras
que el noventa y cinco por ciento no lo es. Es una curiosa
coincidencia que nos podría llevar a pensar que tal vez no sea una
simple casualidad, sino una consecuencia de que nosotros, los seres
humanos, formamos parte del universo y estamos hechos de la misma
materia y la misma energía que las galaxias.
En este
sentido, es interesante la distinción entre alma y espíritu. El
alma es individual, mientras que el espíritu es universal. ¿De qué
modo se articulan? Para explicarlo resulta útil servirse de una
metáfora, la del agua. El agua es una; es decir, no hay sino un
agua, solo una; aquella que los químicos definen como formada por moléculas con dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno. Sin embargo, ¡que
variedad de aguas existen en nuestra Tierra!; casi ilimitada. Pero
tal diversidad de agua, viene dada por ese pequeño porcentaje de
impureza que lleva el agua añadida; esas sales, esos minerales que
se han integrado en ella y que le dan unas características que la
hacen distinta a cualquier otra agua sin dejar por ello de ser agua.
Pues bien, de forma muy parecida, el Espíritu es solo uno; no hay
otro, solo hay un Espíritu, y de él proceden todas las almas, que
son como pequeños charquitos de agua, de espíritu, al que se han
agregado algunas impurezas. Esos agregados, esas impurezas, son las
que hacen a cada alma distinta de cualquier otra, pero el Espíritu
no se ve afectado por ello y, como el agua, cuando retorne hacia lo
alto será de nuevo espíritu puro. Mi ego, mi yo pequeñito, no es
más que eso, el conjunto de agregados al Espíritu Uno. Como
individuo soy muy poca cosa, como quedará patente cuando desaparezca
y no se sepa más de mí. Pero también soy un Yo con mayúsculas,
ese que Es, que permanece, que no se ve alterado por nada; al que
nada puede dañar ni menoscabar. Si me olvido de ello y sólo vivo
atento a mi pequeño yo reduzco mi ser a su mínima expresión, vivo
en un rincón de la existencia. ¿No es esto un desvarío?
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