miércoles, 19 de octubre de 2016

El silencio es la respuesta

¿Qué puede decirse sobre una realidad que va más allá de quien la piensa? ¿Qué puede decir el pez sobre el océano o el ave sobre el aire? Solo puede decirse que esa realidad ES y que es de ese SER con mayúsculas del que todos los demás toman su existencia. Ante lo inefable alguien dijo que el que habla no sabe y el que sabe no habla. Puesto que nada puede decirse es mejor callar. Pero no es este un silencio cualquiera, es un silencio pleno de sentido. No es el silencio del que calla porque no sabe qué decir, es el silencio del que calla porque cualquier palabra es insuficiente. Es el silencio del que siente que “Los cielos proclaman la gloria de Dios y pregona el firmamento el poder de sus manos” (Salmo 19). Y es que al hablar de lo Absoluto el lenguaje se revela ineficaz, siendo necesario recurrir continuamente a metáforas y forzar el sentido y el significado de las palabras. Y es comprensible que suceda así, puesto que el lenguaje no es sino la expresión del pensamiento, el cual es producido por la mente en su intento de comprender lo que existe. En consecuencia los límites de la mente son también los límites del lenguaje. Cuando la mente intenta encerrar en sus límites, es decir, delimitar en conceptos, pensamientos o ideas aquello que de por sí es infinito se encuentra con que no puede adoptar más que dos posiciones: o bien falsea la realidad consciente o inconscientemente creando otra que no se corresponde con ella, pero que le resulta útil para darla por conocida, o bien se da cuenta de que cualquier concepto o idea que forme sobre ella será siempre inexacto, incompleto e insuficiente. La primera posición supone caer en la confusión de tomar la realidad por el concepto que de ella se tiene. Pero cuando se hace esto con lo Absoluto, lo que se está haciendo es crear un ídolo al tomar por absoluto lo que es relativo, y de aquí surgen el enfrentamiento y la intolerancia hacia todo aquel que no comparta la propia idea de lo Absoluto. La segunda posición, en cambio, al tomar conciencia de su insuficiencia toma también conciencia de que todo concepto o idea sobre la realidad será siempre transitorio e imperfecto frente a la inmutabilidad y perfección de lo Real. (1)

Pero entonces, si lo Real trasciende el pensamiento, ¿no habrá otra forma de acercarse a ello que no sea el pensamiento? La respuesta es muy antigua: El no-pensamiento, la meditación. Consiste sólo en no pensar nada, no esperar nada, no desear nada. Conseguir esto es ya iluminación. La mente está en calma, el corazón tranquilo; no hay miedo, angustia, temor ni resentimiento. Es una oración perfecta, aquella en la que el favor que se pide y alcanza es la propia oración.

(1) Quien se interese por esta cuestión encontrará un excelente desarrollo de ésta y de otras conexas en la obra "¿Qué Dios y qué Salvación? Claves para entender el cambio religioso", de Enrique Martínez Lozano, Ed. Desclée de Brouwer.



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