¿Qué
puede decirse sobre una realidad que va más allá de quien la
piensa? ¿Qué puede decir el pez sobre el océano o el ave sobre el
aire? Solo puede decirse que esa realidad ES y que es de ese SER con
mayúsculas del que todos los demás toman su existencia. Ante lo
inefable alguien dijo que el que habla no sabe y el que sabe no
habla. Puesto que nada puede decirse es mejor callar. Pero no es este
un silencio cualquiera, es un silencio pleno de sentido. No es el
silencio del que calla porque no sabe qué decir, es el silencio del
que calla porque cualquier palabra es insuficiente. Es el silencio
del que siente que “Los cielos proclaman la gloria de Dios y
pregona el firmamento el poder de sus manos” (Salmo
19). Y es que al hablar de lo Absoluto el lenguaje se revela
ineficaz, siendo necesario recurrir continuamente a metáforas y
forzar el sentido y el significado de las palabras. Y es comprensible que suceda así,
puesto que el lenguaje no es sino la expresión del pensamiento, el
cual es producido por la mente en su intento de comprender lo que
existe. En consecuencia los límites de la mente son también los
límites del lenguaje. Cuando la mente intenta encerrar en sus
límites, es decir, delimitar en conceptos, pensamientos o ideas
aquello que de por sí es infinito se encuentra con que no puede
adoptar más que dos posiciones: o bien falsea la realidad consciente
o inconscientemente creando otra que no se corresponde con ella, pero
que le resulta útil para darla por conocida, o bien se da cuenta de
que cualquier concepto o idea que forme sobre ella será siempre
inexacto, incompleto e insuficiente. La primera posición supone caer
en la confusión de tomar la realidad por el concepto que de ella se
tiene. Pero cuando se hace esto con lo Absoluto, lo que se está
haciendo es crear un ídolo al tomar por absoluto lo que es relativo, y de aquí surgen el enfrentamiento y la intolerancia hacia todo aquel que no comparta la propia idea de lo Absoluto.
La segunda posición, en cambio, al tomar conciencia de su
insuficiencia toma también conciencia de que todo concepto o idea
sobre la realidad será siempre transitorio e imperfecto frente a la
inmutabilidad y perfección de lo Real. (1)
Pero
entonces, si lo Real trasciende el pensamiento, ¿no habrá otra
forma de acercarse a ello que no sea el pensamiento? La respuesta es muy antigua: El no-pensamiento, la meditación. Consiste sólo en
no pensar nada, no esperar nada, no desear nada. Conseguir esto es ya
iluminación. La mente está en calma, el corazón tranquilo; no hay
miedo, angustia, temor ni resentimiento. Es una oración perfecta,
aquella en la que el favor que se pide y alcanza es la propia oración.
(1) Quien se interese por esta cuestión encontrará un excelente desarrollo de ésta y de otras conexas en la obra "¿Qué Dios y qué Salvación? Claves para entender el cambio religioso", de Enrique Martínez Lozano, Ed. Desclée de Brouwer.
(1) Quien se interese por esta cuestión encontrará un excelente desarrollo de ésta y de otras conexas en la obra "¿Qué Dios y qué Salvación? Claves para entender el cambio religioso", de Enrique Martínez Lozano, Ed. Desclée de Brouwer.
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