Profundo mar
sólo en la superficie
somos tú y yo
Más allá de ella
en la hondura del Ser
somos sólo Uno
Amanece una
mañana de otoño con el cielo entre claros y nubes oscuras que no se
deciden a mojar la tierra. La temperatura es agradable, más alta de
lo normal para este tiempo. Camino hacia la playa. En mi mochila
llevo un bidón de plástico con un poco de agua a la que he añadido
unas gotas de vinagre de manzana (me sorprendo al comprobar su
agradable sabor), unas zapatillas para caminar por el agua, una
toalla y poco más. Al llegar a la playa me quito la ropa y me quedo en bañador. Sopla un levante no muy animado, pero
la mar está movida. Las olas vienen del sureste y mueren en la
orilla enroscándose justo en el momento de caer con fuerza sobre la
arena en explosión de blanca espuma. Camino con zapatillas mojándome
los pies, pero luego me descalzo para sentir la arena en mis plantas.
Aspiro lenta y profundamente el aire del mar saboreando el olor del
salitre. Siento cómo la ilusión de ser dos se va desvaneciendo y aparece
la certeza de la unidad. Al llegar al final de la playa dejo la
mochila sobre la arena y camino hacia el mar. Poco a poco voy
sumergiendo mi cuerpo en las olas. El agua está tibia, casi a la
misma temperatura que el aire. Pienso que el mar podría dañarme,
podría arrastrarme adentro y ponerme en peligro. Eso me lleva a
cuestionarme la unidad que antes experimentaba. Pero siento que el
daño que podría hacerme sería un daño superficial, que jamás
podría dañarme en lo profundo, porque es ahí donde somos uno.
Estamos acostumbrados a percibir sólo lo superficial, tanto que
hemos llegado a pensar que es lo único que hay. Es como si al
contemplar el mar creyésemos que no hay más que la superficie.
Tenemos miedo porque es ahí, en la superficie, donde se manifiestan
con toda su fuerza las tempestades. Es por eso que cuando una ola
mayor que las demás se dirige hacia mí prefiero sumergirme en la
hondura y dejar que pase. Luego vuelvo a salir, cuando la superficie
está más calmada. Igual en la vida. Cuando la tempestad
arrecia es mejor refugiarse en la hondura y esperar que pase el
temporal. ¿De qué sirve luchar contra las olas cuya fuerza es tan
grande? Es mejor dejarlas pasar, si es posible desde lo hondo, donde
la unidad que somos nos hace menos vulnerables. En la superficie
somos dos, el mar y yo, y ahí existe el peligro. En la hondura somos
uno y el peligro se desvanece. Pero en la vida la mayoría de nosotros, igual que en el mar,
estamos obligados a movernos en la superficie la mayor parte del
tiempo. Por eso buscamos siempre el resguardo de algún abrigo cuando
el mar abierto está embravecido. Pero si el temporal nos sorprende
dentro del mar nos vemos obligados a navegar procurando ofrecer la
menor resistencia al viento y las olas. Igual en la vida, si los
acontecimientos son inevitables es inútil ofrecer resistencia,
hacerlo nos agotaría y nos haría aún más vulnerables. Es mejor
aceptar y no ofrecer resistencia. Eso preservará nuestras fuerzas
para salir indemnes si tal cosa es posible.
Todos los
ríos van a dar al mar, aunque sea a través de otros ríos mayores;
por eso aparece el mar tan a menudo en la literatura como símbolo de
la muerte. Pero también vemos que el mar es maestro de vida porque
todo lo que en él acontece la recuerda. Son manifestaciones de la
unidad. Unidad de la vida y la muerte, de los seres y la Naturaleza,
de lo creado y lo increado. Pero si permanecemos en la superficie
esta unidad no será visible para nosotros.
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