sábado, 29 de octubre de 2016

Profundo mar

Profundo mar
sólo en la superficie
somos tú y yo

Más allá de ella
en la hondura del Ser
somos sólo Uno


Amanece una mañana de otoño con el cielo entre claros y nubes oscuras que no se deciden a mojar la tierra. La temperatura es agradable, más alta de lo normal para este tiempo. Camino hacia la playa. En mi mochila llevo un bidón de plástico con un poco de agua a la que he añadido unas gotas de vinagre de manzana (me sorprendo al comprobar su agradable sabor), unas zapatillas para caminar por el agua, una toalla y poco más. Al llegar a la playa me quito la ropa y me quedo en bañador. Sopla un levante no muy animado, pero la mar está movida. Las olas vienen del sureste y mueren en la orilla enroscándose justo en el momento de caer con fuerza sobre la arena en explosión de blanca espuma. Camino con zapatillas mojándome los pies, pero luego me descalzo para sentir la arena en mis plantas. Aspiro lenta y profundamente el aire del mar saboreando el olor del salitre. Siento cómo la ilusión de ser dos se va desvaneciendo y aparece la certeza de la unidad. Al llegar al final de la playa dejo la mochila sobre la arena y camino hacia el mar. Poco a poco voy sumergiendo mi cuerpo en las olas. El agua está tibia, casi a la misma temperatura que el aire. Pienso que el mar podría dañarme, podría arrastrarme adentro y ponerme en peligro. Eso me lleva a cuestionarme la unidad que antes experimentaba. Pero siento que el daño que podría hacerme sería un daño superficial, que jamás podría dañarme en lo profundo, porque es ahí donde somos uno. Estamos acostumbrados a percibir sólo lo superficial, tanto que hemos llegado a pensar que es lo único que hay. Es como si al contemplar el mar creyésemos que no hay más que la superficie. Tenemos miedo porque es ahí, en la superficie, donde se manifiestan con toda su fuerza las tempestades. Es por eso que cuando una ola mayor que las demás se dirige hacia mí prefiero sumergirme en la hondura y dejar que pase. Luego vuelvo a salir, cuando la superficie está más calmada. Igual en la vida. Cuando la tempestad arrecia es mejor refugiarse en la hondura y esperar que pase el temporal. ¿De qué sirve luchar contra las olas cuya fuerza es tan grande? Es mejor dejarlas pasar, si es posible desde lo hondo, donde la unidad que somos nos hace menos vulnerables. En la superficie somos dos, el mar y yo, y ahí existe el peligro. En la hondura somos uno y el peligro se desvanece. Pero en la vida la mayoría de nosotros, igual que en el mar, estamos obligados a movernos en la superficie la mayor parte del tiempo. Por eso buscamos siempre el resguardo de algún abrigo cuando el mar abierto está embravecido. Pero si el temporal nos sorprende dentro del mar nos vemos obligados a navegar procurando ofrecer la menor resistencia al viento y las olas. Igual en la vida, si los acontecimientos son inevitables es inútil ofrecer resistencia, hacerlo nos agotaría y nos haría aún más vulnerables. Es mejor aceptar y no ofrecer resistencia. Eso preservará nuestras fuerzas para salir indemnes si tal cosa es posible.


Todos los ríos van a dar al mar, aunque sea a través de otros ríos mayores; por eso aparece el mar tan a menudo en la literatura como símbolo de la muerte. Pero también vemos que el mar es maestro de vida porque todo lo que en él acontece la recuerda. Son manifestaciones de la unidad. Unidad de la vida y la muerte, de los seres y la Naturaleza, de lo creado y lo increado. Pero si permanecemos en la superficie esta unidad no será visible para nosotros.

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