Hay cerca de
Olot, en Girona, un Parque Natural llamado La Garrotxa; y en ese Parque hay una
granja llamada La Fageda. En esta granja se fabrican deliciosos yogures hechos
de forma artesanal con la leche que producen sus propias vacas. Trabajan allí
muchas personas, y prácticamente todas tienen algo en común: padecen alguna
discapacidad o enfermedad mental. A pesar de ello, o tal vez gracias a ello,
realizan su trabajo con extraordinario amor y entrega, hasta el punto que
consiguen fabricar los mejores yogures de toda la región. Además de esto,
elaboran otros productos de alimentación y realizan mantenimiento de jardines.
Y todo ello lo hacen dando lo mejor de sí mismos.
El director de
esa granja se llama, como el descubridor, Cristóbal Colón. Él es el precursor
de tan extraordinario experimento. Su presencia, sus palabras, todo indica que
es una persona comprometida con la realidad. No puedo dejar de citar una frase
suya que me parece de una gran profundidad y verdad:
“El sentido de la vida es una vida con sentido”
No es una mera
frase, es sin duda la síntesis de lo aprendido durante muchos años de trabajo
y esfuerzo personal.
¿Pero qué puede dar sentido a la vida? ¿Tal vez el
dinero y todo cuanto se puede conseguir con él? ¿Tal vez la fama y el
reconocimiento? Parece que no, pues éstas son cosas externas, que en muchas ocasiones se consiguen sin merecerlas y que tan pronto como llegan pueden irse. Han de
ser cosas más duraderas, más reales; cosas que sólo puedan conseguirse
con esfuerzo verdadero y renovado día a día. Pienso que estas cosas bien
podrían ser el amor a la Verdad y al Conocimiento; la práctica del bien y la
entrega de uno mismo. Éstos sí que son bienes reales, bienes que sólo se
consiguen por merecimiento propio y que sólo pueden perderse también por
merecimiento propio.
Creo que en La
Fageda todos entenderán de lo que hablo, pues ellos lo han puesto en práctica y
lo hacen realidad cada día en sus vidas.
Entonces, si
el ser humano es aquel ser que nace sin saber exactamente a qué está destinado,
pero que para serlo realmente, como cualquier otro ser, ha de realizar aquello
que es su esencia. Y si esa esencia, esa tarea, consiste precisamente en dar
sentido a su vida, ¿cómo podemos llamar “discapacitados” a aquellos que merecen
más que nadie el nombre de seres humanos?
Y por otra
parte, ¡qué triste y qué pobre me parece nuestra sociedad cuando relega y
margina a esas personas que llamamos “discapacitados”! ¿Sabemos realmente lo
que es la discapacidad? ¿Acaso puede existir mayor discapacidad que la
incapacidad para amar? Me pregunto cuántos de nosotros no seríamos declarados
discapacitados si éste fuese el criterio para determinar esa condición.
Seguramente muchos más de los que imaginamos. Basta con mirar a nuestro alrededor
y comprobar cuántos de nosotros no somos capaces de amar la Naturaleza; de amar
al prójimo o de amar el trabajo bien hecho.
Por todo esto
y mucho más, La Fageda no es sólo una granja; es también una escuela de vida.
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