lunes, 21 de octubre de 2024

Mirad al cielo

Mirad al cielo, porque el Señor ha puesto una preciosa catequesis en él, a la vista de todos. De día el sol nos alumbra y da calor; nos enseña sobre el misterio de la Trinidad y nos explica el porqué del mal y la oscuridad en el mundo. De noche la luna nos enseña que, siendo una roca inerte y oscura, cuando se deja acariciar por el sol se ilumina y cobra vida, mientras que aquella parte que le oculta permanece oscura y sumida en las sombras y el frío de la muerte.

domingo, 13 de octubre de 2024

Luz y oscuridad

 

Cuentan de una madre que entró con su hijo en una catedral, y contemplando las preciosas vidrieras, el pequeño preguntó a su madre quiénes eran aquellos personajes que aparecían en ellas. La madre le respondió que eran los Santos; pero el hijo, insatisfecho con la respuesta, volvió a  preguntar quienes eran los Santos; entonces la madre, un poco desconcertada y sin saber muy bien qué responder para no dar lugar a nuevas preguntas, le dijo de manera tajante: “Los Santos son los que dejan pasar la luz”.

Asistía yo el otro día a una clase de enseñanza católica, y una de las personas presentes preguntó al profesor si podía explicar la aparición del mal y si es posible que el mal haya sido creado por Dios. No pude por menos que recordar esta pequeña historia de la madre, el hijo y los Santos de las vidrieras. Cuando formulamos esa pregunta, es como si preguntásemos si es posible que la oscuridad haya sido creada por el sol; y lo cierto es que de algún modo es verdad que el sol es el que da lugar a las sombras, si bien no parece correcto decir que las sombras son creadas por el sol, sino que es más exacto decir que las sombras son creadas por los objetos opacos que se interponen al paso de la luz. De la misma manera, son la soberbia y la desobediencia, el pecado original, la causa de que nos volvamos opacos y no dejemos pasar al Amor, que nos busca allí donde estemos, pero que jamás forzará la puerta cerrada, la ventana atrancada. 


sábado, 24 de agosto de 2024

Yo soy el que no soy

 

“Al principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra estaba confusa y vacía y las tinieblas cubrían la haz del abismo, pero el espíritu de Dios se cernía sobre la superficie de las aguas.”

Génesis 1, 1


“ En el principio existía aquel que es la Palabra, y aquel que es la Palabra estaba con Dios y era Dios. Él estaba en el principio con Dios. Todo fue hecho por él y sin él nada se hizo. Cuanto ha sido hecho en él es vida, y la vida es la luz de los hombres.”

Juan 1, 1-4


Encuentro una gran similitud entre estos dos relatos de la Creación. En el relato del Génesis, Dios creó el mundo en siete días y después creó al hombre y la mujer, Adán y Eva; y como cosa creada por Dios todo era bueno, pero el espíritu del mal tentó a la mujer y ambos, hombre y mujer pecaron de desobediencia y el mundo se apartó de Dios y dejó de ser bueno.

En la segunda creación, la relatada por San Juan en su evangelio, Dios envía a su Hijo al mundo para recrearlo y devolverle la pureza primigenia. Si el primer hombre y la primera mujer pecaron por desobediencia, la nueva Eva, la Virgen María, y el nuevo Adán, Jesús, están solo motivados y guiados por la obediencia al Padre, y con ello restauran el mundo y abren la puerta de la salvación para toda la humanidad. De este modo nos muestran cómo ser hombre y cómo ser mujer. La obediencia a Dios es lo que da su ser al hombre y a la mujer, mientras que la desobediencia les hace perderlo. Ni hombre ni mujer son por sí mismos (“Yo soy el que soy”, le dice a Moisés la voz que oye en el Horeb), sino que ambos son seres creados que no solo reciben el ser de Dios, sino que todo lo que tienen les viene dado por Dios. Es por eso que una vida autorreferencial está condenada al vacío y a la nada, porque el hombre no es nada por sí mismo. 

Jesús y María nos muestran que solo una vida que se entrega en primer lugar a Dios y luego a los demás puede tener sentido, y de este modo nos salvan de ese vacío y esa nada que es la muerte.


lunes, 22 de julio de 2024

Ser o estar

 

Observo con admiración cómo el lenguaje nos condiciona y me gustaría reflexionar sobre ello. El lenguaje es probablemente si no la única vía por la que se transmite el pensamiento, sí la principal. Cuando digo una palabra quien la oye representa en su mente el concepto que esa palabra le sugiere. Si digo “mesa”, todo el mundo pensará más o menos en el mismo objeto, pero si digo “libertad” o “amor” ya no será tan sencillo, pues estas palabras encierran conceptos mucho más complejos que hacen referencia no a un objeto, sino a una realidad que atañe a cosas de orden humano, como los sentimientos, las creencias, la religión, la moral, los valores... Y es aquí donde nos jugamos mucho, porque si no logramos establecer el significado de esas palabras de forma que podamos expresarlo con claridad y defenderlo si fuera necesario, dejaremos abierta una puerta por la que nos podrán literalmente asaltar y engañar. Hay muchos ejemplos de esto, de cómo se tergiversa el significado de las palabras para hacer un uso interesado de ellas, como vemos tan a menudo en la publicidad, donde los publicistas pretenden convencernos de que si compramos tal o cual producto seremos más libres o más felices. El éxito de estas argucias lo demuestra el bombardeo continuo a que nos someten con este tipo de anuncios, pues si no fueran muchos los que creyesen tales engaños ningún empresario pagaría el alto costo de las campañas publicitarias. 

Esto es preocupante y merece reflexión, pero lo es aun más cuando el uso torticero del lenguaje induce a cometer errores que se cobran vidas. Es esto lo que esta ocurriendo en el caso del aborto, cuyos defensores utilizan de esta manera determinadas palabras. Se dice que el aborto constituye un derecho puesto que la mujer es dueña de su cuerpo y por tanto puede hacer con él lo que quiera, pero ¿quién es más libre, quien hace lo que quiere o quien quiere lo que debe hacer? ¿Quién fue más libre, Judas o Jesucristo? Esta forma de pensar es tan claramente falsa, que no resiste el menor análisis. Realmente entra en el campo de mi libertad hacer lo que estime oportuno con mi cuerpo, pero si eso que hago con mi cuerpo me causa un mal a mí o a otros, ¿puedo decir que he actuado libremente? Tal vez en el momento en que actué lo hice libremente, pero si hubiese sabido las consecuencias, con toda seguridad habría actuado de otro modo. Entonces, solo soy libre hasta donde puedo serlo. 

El aborto supone matar en el mismo seno de su madre al nuevo ser que ha venido a la vida. Ese nuevo ser no es el cuerpo de su madre, sino que está en él. La lengua castellana diferencia perfectamente entre los verbos ser y estar, cosa que no sucede con la lengua inglesa. La madre que aborta no toma una decisión sobre su cuerpo, la toma sobre la nueva vida que lleva en su seno y que ella misma no ha creado. 

Es triste ver cómo tan a menudo la ciencia cede el paso a la ideología. Así, cuando el científico Jèrôme Lejeune descubrió la causa del síndrome de Down, la que llamó “trisomía 21”, o suplemento cromosómico en el par 21 del ADN, pensó que su descubrimiento podría ser útil para tratar esa anomalía, pero lejos de ello, vio que se utilizaba para matar a los niños antes de su nacimiento, lo que le llevó a convertirse en firme defensor de la vida. Probablemente por esa causa, por su firme oposición al aborto, no se le concedió el premio Nobel, del que sin duda era merecedor por su descubrimiento. 

Las estimaciones sobre el número de abortos que se practican cada año en el mundo son realmente escandalosas; en las fechas más recientes de que hay datos se dan unas cifras en torno a los setenta millones de abortos al año. Setenta millones de muertes, setenta millones de niños a los que se ha quitado la vida en el seno de su madre. Ninguna guerra, ningún genocidio ha causado tal número de muertes en tan breve plazo. Algún día nos preguntaremos consternados cómo fue posible que esto ocurriese e incluso se defendiera como un derecho en los parlamentos del mundo.


viernes, 21 de junio de 2024

La zarza

Cuando miro los años de mi vida, lejos ya de su ecuador, veo que jamás habría podido llegar a donde ahora estoy si esa presencia, que ahora identifico como la de un Dios bueno y bondadoso, no hubiera velado por mí. Como padre y como madre me dejaba hacer hasta donde yo podía, y sin que yo lo notara, me apartaba de los peligros y me ayudaba a levantar de las caídas; restañaba mis heridas y consolaba mi llanto; me daba a veces lo que quería, aun cuando no fuese lo más conveniente, y otras me negaba lo que sin duda me habría sido perjudicial. Ahora que veo la obra casi terminada, los trazos aparecen en su lugar, y lo que antes parecía un conjunto de líneas y colores caóticos, es ahora una imagen casi nítida. Con paciente suavidad me ha ido conduciendo a donde él quería y convenía. Y aun ahora, lejos todavía, me hace señas, como diciendo "Por aquí, por aquí, este es el camino que te trae de vuelta a casa". Siento que incluso antes de yo nacer, ya velaba él por mí y allanaba el camino que habría de recorrer. Lo que puedo ver y recordar de mi vida no es más que una pequeñísima parte. Cuando medito en la vida de Jesús y de María, cuando contemplo el largo camino recorrido por el pueblo elegido, veo que todo esto forma parte también de mi vida, que no hubiera podido ser la misma sin ello. La zarza ardiente en lo alto del monte Horeb me parece imagen que prefigura a Jesús, llama de amor inextinguible en medio del dolor del mundo. La belleza de la Piedad de Miguel Ángel, nos presenta a una Virgen Niña, que sostiene sobre su regazo el cuerpo inerte de Jesús, muerto por mí, muerto por cada uno, para que yo viva, para que todos vivan. Es como si el artista hubiese querido plasmar la visión de Dios, no constreñida por el tiempo, juntando ambos acontecimientos, la concepción virginal y el sacrificio del cordero en un solo instante. Todo esto forma parte de mi vida, todo esto la ha conformado y hecho como es; aunque yo quisiera, no podría negarlo. "Porque tú formaste mis entrañas, tú me tejiste en el seno de mi madre." (Salmo 139).

jueves, 28 de marzo de 2024

La pregunta

 

Hay preguntas recurrentes, tanto que a veces se hacen molestas y uno prefiere olvidarlas, relegarlas a algún lugar recóndito de la conciencia. Una de estas preguntas es el porqué del mal. 

Mientras todo marche más o menos bien en nuestra vida, podremos estar relativamente cómodos con esa actitud, mas cuando las cosas no vayan como deseamos esa pregunta se manifestará de uno u otro modo, aunque solo sea como un sordo dolor en nuestro interior.

Si la vida y todo cuanto existe es producto del azar, entonces el mal no es más que un subproducto de ese azar, de forma que no hay posibilidad de entender su causa, y solo queda adoptar una estoica aceptación, ya que la negación de lo inevitable no hará más que aumentar el dolor.

Ahora bien, si aceptamos la existencia de un Creador -porque si algo existe ha de haber también una causa de lo que existe- la cuestión admite mayor consideración. Partir del punto de vista judeocristiano, para el que el Creador es un ser omnipotente y de bondad infinita, parece conducirnos a un callejón sin salida, pues si el Creador tiene esas dos cualidades, ¿cómo es posible que haya creado el mal? Ahora bien, sin duda ello obedece a que la pregunta está mal planteada, pues parte de la premisa de que el mal ha sido creado, lo cual no es posible aceptadas las cualidades del Creador. Entonces la pregunta habrá de ser reformulada y dirigirse a averiguar la causa por la que el mal ha aparecido.

En la concepción judeocristiana, el ser humano es una criatura que se vuelve contra su creador. Fue creado libre, y en ejercicio de esa libertad eligió alejarse -desobedecer- al Creador, que es el mismo Bien. Luego si por propia elección decidió alejarse del Bien, esta ha de ser la causa por la que apareció el mal. Ese acto primigenio llamado “pecado original” es esta decisión de desobedecer; decisión que en el fondo, ha de haber surgido del deseo de prescindir del Creador para ser contra Él y al margen de Él. Y ese acto, sea cual sea su relato, mantiene ahora su esencia, pues el ser humano de hoy, por simple soberbia, pretende negar su condición de ser creado y afirmar su independencia de toda instancia superior. Cuando, llevados por esta soberbia, pensamos que es posible instaurar la justicia y el bien en el mundo por medio de la sola y única acción humana, estamos cayendo de nuevo en ese mismo acto que dio lugar a la aparición del mal, pues estamos dejando a Dios a un lado, tal como si no existiese. 

Es frecuente oír a quien pregunta cómo permite Dios que exista el mal. Pero si es verdad que Dios puede anular los efectos del mal, también lo es que no podría evitar el mal mismo más que forzando la voluntad del que lo propicia, el ser humano; y esto sería contrario al bien, pues al crearlo lo creó como ser capaz de amar libremente, y el Creador no puede ir contra su propia creación porque sería tanto como ir contra sí mismo.

Se ha dicho que la Biblia es una carta de amor de Dios a los hombres. Y quien la lea y la escuche con atención y libre de prejuicios no podrá menos que estar de acuerdo. Ese Dios que creó al hombre y a la mujer no tenía necesidad de hacerlo, y por tanto solo pudo crearlos por amor. El Dios que tras la desobediencia primigenia fue en busca del hombre en la persona de Abraham, no hacía sino llamarlo de vuelta a casa. El Dios que se encarnó como ser humano, el Dios que experimentó los sufrimientos y alegrías de uno como nosotros; el Dios que entregó su vida de forma tan dolorosa, ignominiosa e inhumana; el Dios que se vio solo y abandonado por los suyos, torturado y humillado por los que le odiaban… Ese Dios buscaba al hombre y lo buscaba por amor. 

La mirada de Cristo a Pedro en el momento en que tras las tres negaciones cantó el gallo es una mirada dirigida a cada uno de nosotros, que le hemos negado, traicionado e ignorado muchas más de tres veces y que somos hijos de los que antes le habían negado, traicionado e ignorado. Pero Pedro se arrepintió y halló la mirada compasiva de Cristo, y con ella halló también perdón y consuelo. Sin embargo, Judas, que persistió en la negación hasta el final, no pudo hallar esa mirada compasiva y cayó en la desesperación que le llevó a quitarse la vida.

En el fondo, esa es la pregunta que hoy deseo hacerme, y es esta: ¿Qué mirada quiero encontrar al final de mi vida? ¿La mirada compasiva y misericordiosa de Dios, o la mirada desesperada de Judas? 

Que cada uno en su interior se haga esta pregunta, porque en ella lo jugamos todo.

martes, 5 de marzo de 2024

Reflexiones sobre el aborto

Las noticias se han sucedido con rapidez en las últimas semanas. Primero fue la decisión de la Corte suprema de Alabama al declarar que «los niños no nacidos son niños, sin excepción por su estado de desarrollo, lugar geográfico o cualquier otra característica secundaria». Esta declaración se dictó en relación con las demandas presentadas por la pérdida de embriones humanos congelados, atribuida por los demandantes a negligencia en su custodia. En sentido opuesto, Francia ha aprobado  recientemente una reforma en la que incluye el aborto como un derecho en su texto constitucional .


Si la Corte Suprema de Alabama está en lo cierto al considerar que los embriones humanos son niños, niños no nacidos, pero niños, es decir, seres humanos, Francia acaba de incluir en su Constitución el homicidio de niños inocentes e indefensos  otorgándole la categoría de derecho.


Es llamativo ver cómo las posturas respecto de este asunto parecen haberse convertido en un debate puramente ideológico. Los partidarios del aborto se llaman a sí mismos defensores de la libertad, mientras que los detractores se presentan como defensores de la vida. Aunque así fuera, aunque estas dos posiciones fuesen verdaderas, habría que decir que cuando hay conflicto entre derechos el derecho menor ha de ceder el paso al derecho mayor, y ciertamente, la vida es el derecho primigenio, el primer derecho, pues todos los demás derechos la tienen como base necesaria. Nadie puede ser libre si primero se le quita la vida. Entonces, ¿cómo se puede defender la libertad matando?


Pero por otra parte, toda persona inmersa en un debate ideológico es propensa a dejarse arrastrar por los sentimientos y estos dificultan enormemente la capacidad de razonar, de analizar con claridad lo que se está debatiendo.


Si dejásemos a un lado los sentimientos y pudiésemos contemplar sin apasionamiento lo que tratamos de entender, sin duda sería más sencillo ver con claridad. Pongamos, por ejemplo, el caso de la semilla de un árbol. ¿Es la semilla un árbol? Ciertamente no, y si la semilla se pierde o se destruye, se ha perdido una semilla, pero no un árbol. Ahora bien, si la semilla cae en tierra y germina, ¿es un árbol? Cierto es que no es un árbol en el que puedan anidar los pájaros, del que se puedan recoger frutos, o bajo cuya sombra pueda uno cobijarse, pero también lo es que hay ahí un árbol en desarrollo, aunque sea en sus primeros estadios. 

Así, con este ejemplo, resulta fácil ver cómo los sentimientos nublan la razón y la capacidad de análisis. Un embrión humano, una semilla humana germinada, como ha dictaminado la Corte de Alabama, es un ser humano. Como toda semilla germinada, como toda vida, es frágil y puede sucumbir en cualquier momento, pero no por eso deja de ser vida.


¿Qué estamos haciendo entonces? ¿Defendemos el derecho a la libertad al apoyar el aborto? ¿O más bien defendemos el derecho a poner fin a una vida inocente, cuya única culpa es no haber nacido? En todo crimen, a la hora de su resolución, resulta útil conocer los posibles móviles. ¿Cuáles son los móviles que inducen al aborto? Creo que todos ellos pueden incluirse en una sola palabra: miedo. Miedo a un niño o a una niña no nacidos. Afirmaba Santa Teresa de Calcuta que no hay sociedad más pobre que la que tiene miedo de un niño. También decía que el aborto es la causa de las guerras, porque si una madre tiene derecho a matar a su hijo o hija no nacidos, entonces ¿qué argumento puede darse para negar que cualquiera tiene derecho a matar?


Es también llamativo ver cómo se disfraza lo que realmente es el aborto con expresiones bien sonantes, tales como “interrupción voluntaria del embarazo”. Esta expresión, como todo disfraz, es una falsedad, pues una interrupción se produce cuando es posible la reanudación de lo que se interrumpe, pero lo que no se puede reanudar no es una interrupción, es un aborto, y este es su nombre. La madre, el padre, la familia y la sociedad perderán a uno de sus miembros, y nunca más podrán recuperarlo. No hay vuelta atrás. ¿Es eso libertad? Libertad es poder elegir, pero ¿se puede elegir libremente cuando es el miedo el que domina? Miedo al compromiso, a perder la figura, a no poder ir de fiesta, a  no poder pagar las facturas, a ser la madre del hijo o la hija de un agresor… ¿No sería más lógico que para apoyar la libertad ayudásemos a combatir el miedo? ¿Cómo es posible defender la muerte de inocentes en nombre de la libertad?


Son preguntas y reflexiones que nuestra sociedad debe hacerse y debatir madura y serenamente.


jueves, 15 de febrero de 2024

La niebla

 

Desde esta humilde tribuna, quisiera dejar constancia de una inquietud que me ronda el pensamiento desde hace tiempo. Es el fuerte sentimiento, o mejor, la firme convicción, de la apremiante urgencia que recae sobre nuestro tiempo de dilucidar el significado de tres palabras. Estas palabras no pueden ser otras que Libertad, Justicia y Amor.


Ya hacia los años veinte del siglo pasado, el poeta Paul Valéry se sintió inmerso en una sociedad que atravesaba un banco de niebla. Esta niebla, tan espesa, nos ha hecho perder el rumbo, y al permanecer tanto en el tiempo, nos ha llevado a olvidar cuál era la meta marcada, Así hemos navegado sin rumbo cierto hacia no se sabe qué inhóspitos parajes. Y aunque aún seguimos inmersos en la confusión, hay signos que anuncian el fin de la oscuridad, pero necesitamos recuperar la confianza en que hay un destino que alcanzar y en que nos es posible llegar a él.


Afronto pues, la tarea de intentar vislumbrar lo que hay tras la niebla para poder dirigir esta navecilla que es mi vida hacia la tierra firme que ansío. Tampoco puedo menos que invitar a cada uno a hacer lo mismo, pues la meta a que me refiero nos llama a todos, y nos necesitamos los unos a los otros para alcanzarla.


Así, veo que estas tres palabras, Libertad, Justicia y Amor, son como el mapa que nos permite navegar evitando escollos y peligros, pero es necesario limpiarlas de tanta roña y suciedad como se ha ido arrojando sobre ellas hasta el punto de hacerlas irreconocibles.


Empiezo, pues, aunque sin la pretensión de acabar el trabajo, sino tan solo de esbozar un comienzo.


La libertad entendida como posibilidad de elección está bien, pero no es suficiente, necesitamos entender en qué consiste esa posibilidad. Si interpreto que la libertad me confiere el derecho a satisfacer mis deseos y evitar mis temores estoy cayendo en la confusión. La libertad es ciertamente el derecho a elegir, pero no a elegir cualquier cosa, sino aquello que me dignifica como persona. En esta elección no son buenos consejeros los deseos y los temores, pues estos obedecen más a las pasiones que al conocimiento. Así, ¡cuántas veces en mi vida he deseado lo que luego no me ha satisfecho o incluso aquello que me ha dañado, y cuántas otras he dejado de desear aquello que ahora quisiera haber deseado! En este sentido veo que he sido como alguien a quien se hubiese dado un instrumento, un violín, por ejemplo, y admitido dentro de una orquesta sin tener preparación para ello. Por eso mi actuación en la orquesta ha sido deplorable. Dejé de tocar cuando debía hacerlo, toqué cuando no correspondía y falté a la melodía en todo momento. Fuera de mi lamentable actuación en la orquesta, percibo que la melodía resulta apenas reconocible por haber tantos en parecida situación a la mía. Semejante a esta es la situación de los que hemos caído en el error de creer que el contenido de la libertad queda a nuestro libre albedrío. Nos parecemos también a un mono de circo al que se permitiera hacer su antojo fuera de las horas de trabajo y creyera por ello ser libre. No es la libertad hacer lo que se quiera, sino aquello a lo que se está destinado, aquello para lo que se ha nacido, aquello que nos identifica como lo que somos. Averiguar en qué consiste ser persona humana es tarea que cada cual ha de acometer con determinada determinación, pero tarea en la que nos va la vida y que no puede realizarse en solitario, sino solo con la ayuda de otros, y en especial de aquellos a los que se ha regalado la capacidad de enseñar.


¿Qué decir ahora de la justicia? La acepción más común es afirmar que consiste en dar a cada uno lo que le corresponde. Pero esta definición, siendo cierta, es tan amplia y ambigua que resulta difícil hacer uso de ella sin confundirse. ¿Hasta dónde llega ese dar – o quitar -, cuáles son sus límites? ¿A quién se atribuye el definir lo que a cada uno corresponde? Llama la atención ver cómo las tres palabras que analizamos están íntimamente ligadas. Si aceptamos como cierto el significado de libertad que antes hemos sugerido, podemos admitir que la justicia consiste en permitir y facilitar a cada persona la tarea de alcanzar la libertad, pero también en trabajar cada uno seria y responsablemente por su propia libertad sin atentar contra la de los demás.


Y por último, ¿qué podremos decir del Amor? ¿Quién ama más que aquel que trabaja por ser libre y por contribuir a la liberación de los demás? Comúnmente se entiende por amor un fuerte sentimiento de afecto, pero en demasiadas ocasiones este sentimiento va unido – y contaminado – por el propósito de satisfacer los propios deseos y de rellenar las propias carencias. El amor por el contrario, cuando lo es de verdad, no desea más que la felicidad del otro, aun a costa de los propios deseos. Amar no es tomar, sino darse. En relación con el significado de las otras dos palabras, libertad y justicia, amar es desear que los demás sean libres y no sufran por causa de la injusticia.


Después de lo dicho, me doy cuenta de que al pensar sobre el significado de estas tres palabras, Libertad, Justicia y Amor, me viene inevitablemente al pensamiento el significado de una cuarta palabra:


P A Z